miércoles, 2 de marzo de 2016
Factores influyentes: La Familia
Las influencias que el niño recibe desde el momento de su nacimiento van configurando
su personalidad. La relación que establezca el niño con su entorno depende de sus características
personales y de la actuación de los diversos agentes sociales. La familia, escuela y sociedad por ser los que más inciden son uno de los más importantes. Las influencias de
éstos agentes son básicas para que el sujeto alcance una estabilidad conductual y un nivel de
madurez adecuado que le permita ser autónomo y responsable.
a) La familia proporciona lo que consideramos condiciones óptimas para el desarrollo de
la personalidad de los individuos jóvenes. La familia es el primer contexto de desarrollo del niño
y el más duradero, por supuesto, otros escenarios o contextos sociales también modelan el desarrollo
de los niños, pero en cuanto al poder y a la extensión, ninguno iguala a la familia.
La familia constituye el medio natural en el que el niño comienza su vida e inicia su
aprendizaje básico a través de los estímulos y de las vivencias que recibe, las cuales le condicionan
profundamente a lo largo de toda su existencia; la estabilidad y equilibrio en su relación
materna-paterna, así como con el resto de los miembros familiares, definen el clima afectivo, en
el que transcurre la primera etapa de su vida.
En la educación del afecto hay que evitar dos extremos: “el amor desmedido” y “la educación
excesivamente rígida”. El desarrollo armónico y el afecto equilibrado esta en contra tanto
del "amor desmedido" propio de una educación paternalista y consentida, como de la crianza
autoritaria de los padres excesivamente severos.
Cuando los padres son muy indulgentes y mimosos agobian a sus hijos con el regalo
de excesivos caprichos o con demasiado cariño. Esta actuación hace que el niño se acostumbre a la idea de que siempre debe de ser así y no aprenderá jamás a esforzarse por algo que le
cueste el más mínimo esfuerzo.
En efecto, el niño mimoso, encontrará serios problemas para su inserción en la escuela
y en la relación con los “iguales”, ya que sin el desarrollo de unas pautas sociales de convivencia
y de comportamiento, que no han sido enseñadas por sus padres, se encontrará desamparado
y no podrá enfrentarse a los conflictos de la comunidad escolar. No encontrará el lugar de
privilegio del que ha disfrutado en el seno familiar.
La actitud contraria, la de los padres excesivamente rígidos y severos, con el pretexto
de que sus hijos deben acostumbrarse a las dificultades y la dureza de la vida, son “duros” e
impositivos, sin concesiones y sin afecto. Esta postura tampoco parece ser la orientación más
adecuada, porque privamos a los niños de la posibilidad de descubrir la afectividad y la ternura
(que sí existen), y a la larga, de aprender a amar.
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